Hace unos días, nos preguntaron si tendríamos diez ejemplares de alguna novela contemporánea en castellano para utilizarla en un curso de Español para Extranjeros. Ummm, clásica seguro, pensamos, pero ¿contemporánea? Y aunque aquí hay quien defiende (contra la excesiva ordenación y clasificación) que se viene a buscar, no a encontrar, a enredarse con lo que hay hasta dar con algo que se quiere, y no a tiro hecho, “pregunto y me voy”, nos pusimos el traje de buzo y nos sumergimos en el almacén que tenemos en los bajos del mercado, un pozo sin fondo que hasta ahora siempre gana en la batalla por colocar y encajar. Esto podría llevarnos a una reflexión que a nadie importa sobre por qué echarle más de tres horas a una ganancia de apenas 20 euros, pero baste concluir que en nuestro carácter parece que predomina el recelo o la incomprensión hacia ciertas palabras contemporáneas como “productividad” o “eficiencia”. “Sensatez”, “moderación”, “ponderación”, “cordura”… tendrán significado, pero nos suenan huecas. Así que la reflexión que viene a cuento parte de un dato: entre miles de títulos, solo encontramos diez ejemplares de dos: No creas que fue un sueño, de Terenci Moix, y El manuscrito carmesí, de Antonio Gala. Se repetían, pero sin llegar a la decena, Mazurca para dos muertos, de Cela, La busca, de Baroja, La tía Tula, de Unamuno, y algunos más… García Márquez, Laforet, Rosa Montero, Vargas Llosa, Pérez Reverte y otros y otras aparecían con frecuencia, pero en títulos diversos.
Alguna reflexión viene a cuento, cierto, pero no sabemos hacerla: ¿hay alguna pauta que guía las donaciones que llegan a La Casquería? ¿Hay libros de los que la gente se deshace con más desapego o hay libros que han tenido tanto recorrido, tanta divulgación que necesariamente toman puerto -no definitivo: nuestro deseo es que sigan viajẹ- aquí? Es cierto que algunos han formado parte de colecciones, pero no todos, ni todos los que han formado parte de colecciones ni todos los supuestos superventas se repiten con la misma frecuencia. Es cierto también que, entre nuestras ventas, hay algunos recurrentes que, de no haber hecho el viaje desde las profundidades del almacén a las estanterías de la librería y haber salido rápido, se habrían repetido en la búsqueda: Cien años de soledad, Rayuela, Nada, las policiacas de Mendoza y Vázquez Montalbán, algunas de Isabel Allende, por ejemplo, son novelas que vuelan rápido. Pero también vuelan rápido otras que apenas vuelven (y eso, a veces, duele: nos gustaría tanto que estuvieran más por aquí…). Así que de aquí podríamos tratar de sacar conclusiones, arbitrarias, seguro, pero ¿para qué nos servirían? ¿Para mejorar la “productividad”? ¿Para desarrollar estrategias de venta? ¿Para priorizar a unos y arrinconar a otros? Si hiciéramos tal cosa, si supiéramos hacerla, si pudiéramos hacerla, La Casquería sería otra librería. Y, la verdad, nos gusta como es, casi tan inútil como un libro.