La Casquería nace hace 10 años con una filosofía de recirculación de la cultura a precios asequibles, con una mirada ecológica y no mercantil. El proyecto lo arrancan seis personas, de las cuales tres reciben un sueldo por su trabajo y 3 hacen turnos no retribuidos, con el objetivo de obtener un equilibrio entre trabajo productivo y reproductivo. En este momento de arranque, esas 6 personas viven en Lavapiés o en los alrededores del barrio. El proyecto arranca con dudas sobre la solvencia económica, que con el tiempo se demuestran pertinentes, pero a pesar de todo, desde un principio se pagan tres medias jornadas.
A lo largo de estos diez años, algunas personas han dejado de hacer turnos, aunque han seguido ligadas al proyecto en mayor o menor medida, y se han incorporado otras nuevas (3). De manera que actualmente el proyecto de La Casquería lo conformamos 9 personas, de las cuales 4 personas hacen turnos de manera remunerada y los 5 restantes colaboran en la medida de sus posibilidades. Con el paso del tiempo se han eliminado los turnos solidarios por la imposibilidad de compaginarlos con las vidas de cada unx. De esas 9 personas, 3 viven en el barrio, 1 vive cerca, 2 viven en barrios más periféricos, otras 2 viven en pueblos de la Comunidad de Madrid y otra vive en Alemania. Una suerte de diáspora que se ha vivido en el barrio y también en nuestro equipo. Las dudas sobre la solvencia económica no desaparecen, aunque se atenúan; al fin y al cabo llevar 10 años debe significar algo. De momento se pueden seguir pagando tres medias jornadas y otro cuarto.
Una de las bases del proyecto es el apoyo mutuo, que cristaliza hacia dentro del proyecto pero también hacia afuera, hacia el barrio. Siempre que hemos necesitado colaboración, nuestras redes informales han estado ahí para brindarlo. Y hemos intentado devolver ese apoyo cuando hemos podido. De igual modo, dentro del grupo, la precariedad asociada al trabajo y a la vida actuales se intenta suplir a través de la cooperación, que prioriza los cuidados y el apoyo interno como uno de sus elementos fundamentales.
Elegir un mercado de abastos para instalarnos fue una decisión que tenía que ver con lo económico (los precios de los alquileres eran más accesibles que los de locales a pie de calle) pero también con lo ético/político, ya que entrar en un espacio tradicional de encuentro como un mercado, cuyo modelo además se encontraba (y sigue) en crisis, nos parecía muy interesante como espacio público en conflicto en el que explorar formas diferentes de producir, consumir y habitar el barrio. Por todo lo dicho, elegimos el Mercado de San Fernando de Lavapiés, por economía, por ser “nuestro” barrio, por ser espacio de encuentro de vecinxs y por el peso simbólico del lugar.
Diez años después podemos decir que no hemos conseguido encontrar esas formas diferentes, o no del todo, o no como nos hubiese gustado, o incluso que hemos contribuido a acelerar algunos de los procesos de transformación del barrio que no lo hacen más habitable sino más rentable, pues nuestra estética casa bien con la modernidad cosmética y la gentrificación que asola Lavapiés. Pero también podemos decir con la cabeza bien alta que le hemos dedicado no pocos esfuerzos a mantener el mercado como un espacio de encuentro para lxs vecinxs, a intentar promover la colaboración y la solidaridad entre los comerciantes y a tratar de asegurar un futuro amable y sostenible para el mercado dentro del barrio. Lamentablemente, en estos diez años, la mayoría de los puestos de abastos que han cerrado se han convertido en bares más o menos disfrazados de barras de degustación, que ahora suponen casi la totalidad del mercado, y cuya apuesta fundamental es al fin de semana y a algunas noches de la semana. El resultado es un mercado que entre semana da la sensación de estar medio cerrado o abandonado, sin apenas actividad, y que los fines de semana está abarrotado de público que viene principalmente a beber barato.
Desde La Casquería vemos que son pocas las posibilidades de transformación del Mercado de San Fernando en un espacio más amable, dada la poca unidad entre los puestos, la escasa solidaridad y el modo en que el Mercado ha dejado de ser un espacio de encuentro o de paso para lxs vecinxs del barrio. Cada vez más, los arrendatarios de los puestos del Mercado son empresarios que buscan una oportunidad de negocio y que ni viven en el barrio ni se preocupan mucho por lo que ocurre en él, produciéndose una inercia de deterioro en todos los ámbitos, salvo, quizá para algunos, en el económico.
Ante esta deriva, que no solo tiene que ver con el Mercado sino con Lavapiés y la ciudad de Madrid en general, nos preguntamos qué sentido tiene que La Casquería permanezca en el Mercado de San Fernando, o incluso en el barrio, más allá de las razones puramente económicas, cada vez menos convincentes por la bajada de ventas de los últimos años. También nos preguntamos cuál es la función o el sentido del Mercado en el barrio en tanto espacio público y cuál nos gustaría que fuera, teniendo en cuenta la escasez de espacios públicos, de reunión o de esparcimiento. Nos preguntamos si el único futuro del Mercado (de los Mercados en general) es el de convertirse en espacios gastronómicos de mayor o menor categoría. Nos preguntamos hasta cuándo la Administración va a mirar hacia otro lado a la hora de regular este tipo de espacios públicos en los que se infringen las leyes permanentemente. Y nos da pena pensar que esta deriva no parezca importarle a mucha gente.
Hoy echamos el cierre celebrando los 10 años, mañana volveremos a abrir, pasado no lo sabemos.