21.04.15
Sí, lo sé. Las otras dos selecciones eran un poco absurdas. Es lo que tiene ponerse a escribir sin una reflexión previa y profunda. Los libros se fueron vendiendo más por la inercia de las cosas que por un convencimiento profundo de los compradores. Algo compulsivo mas que razonado, algo exento de alegría. Y no es eso, en absoluto es eso lo que buscamos. Así que esta tercera antolojía se guarece debajo del único nobel que no nos merecemos para ver si eso le da fuelle, espíritu y fundamento. Que Dios os pille confesados.
Estos son los libros:
De los heroes y su culto, de Thomas Carlyle, está elegido fundamentalmente porque hay que ponerse chulos desde el principio. Y empezar metiendo caña. La escritura entusiasmada de Carlyle es quizá irrepetible. Esto no es un libro al uso, ojo al dato, sino un entretenidísimo ciclo de conferencias. Si, también me lo dicen en casa, que me lo tengo que mirar. ¡Pero es que es verdad! La gente de antes parecía dudar de que las palabras se las llevase el viento y escribía con ganas lo que iba a decir. Eso, por desgracia, ha cambiado bastante. En cuanto a la caña, aquí se sostiene que la historia de la humanidad es la suma de las biografías de los grandes hombres. Ejem. Releamos la frase. ¿Tienta? Chesterton se asombró, al surgir el nazismo, de ver de nuevo repetidas las barbaridades de Carlyle, dichas ya sin su humor y su belleza. Pero lo mejor del asunto es que no hay que estar de acuerdo con el tipo para apreciarlo, más bien al contrario. Para saber más y luego tirarse el pisto, se recomienda el prólogo que hizo un jovencito Borges a la edición conjunta (en la casi siempre buenísma Colección de Clásicos Jackson) de este libro y Hombres representativos, de Emerson, libro supuestamente seguidista (de discípulo para maestro) y que en realidad se dedica a dar cera a Carlyle hasta en los márgenes. Es divertido leer los dos libros seguidos, Emerson dice cosas más justas, pero Carlyle se te queda clavado como un estoque. La distancia entre ellos es la de un ebanista con un pájaro.
¿A que poner a Carlyle de inicio mola? Le da un nosequé al asunto. Pero no hay que pasarse. De ahí daremos un salto infinito(con tirabuzón, que siempre queda cuco) hasta El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza,libro que huele a aceite de freír calamares para bocatas hasta extremos nunca vistos. La leyenda cuenta que Mendoza lo escribió en un mes y de corrido, sin preocuparse en elaborar la estructura, matizar los personajes y demás zarandajas. Aviso a paseantes: parece que eso no funciona siempre. Pero en este caso coló, de algún modo imprevisible (del que no está exento que el autor mienta como un bellaco sobre el proceso creato-productivo de la cosa, ejemplos hay de eso hasta el infinito) La sinopsis suena a tomadura de pelo: un mandrias de triste figura se escapa del manicomio y se dedica a resolver enigmas policiales en la Barcelona pre-naranjito. Lo juro, es así. Y es impagable ver el esfuerzo que el protagonista dedica a hablar bien delante de sus semejantes (intentando parecerse en el habla a algo así como el Conde Duque de Olivares acatarrado) y la incomprensión y dolor que le produce ver que el resto del mundo, en lugar de tratarle igual, se fija más en detalles anecdóticos como que huele a rayos, tiene pinta patibularia y embutido en un traje de latex rojo pues qué te voy a contar. Esto por sólo comentar una de las muchas alegrías de este libro anacrónico.
Los asesinos, de Elia Kazan es un libro sesentero y californiano. Con todas las neuronas que esas dos palabras juntas han matado, quizá lo dejo aquí y pasamos a hablar de fútbol. ¿No? Bueno, tú lo has querido. Encima, está escrito por un vejete al que no le iba lo hippy, que vivía algo agobiado por un pasado con tufillo a colaboracionismo mccarthiano y que se tomó demasiado en serio la sombra de Charles Manson. Kazan era un buen director de cine, dicen los críticos representativos. Luego escribió bastante y bastante bien para ser un director de cine, oficio en el que, según me comentan, abundan los que no saben hacer la O con un canuto. De los libros suyos que yo he leído, éste es sin duda el mejor, y no se parece en nada a su cine. Serie negra en época de pasotes. Algo a descubrir.
El asesinato de Roger Ackroyd, de Agatha Christie, fue elegido en algún momento como el mejor libro de serie negra por un grupo de depravados a los que no les da vergüenza hacer listitas a su edad. Eso no quita para que aún la gente se pelee sobre si es lícito o no lo que hace la autora en el libro (o lo que no hace), lo que le da aún un punto más al misterio. Es curioso que el buen momento de la serie negra (de ventas al menos) no sea muy bueno para A.C. Pero es que es evidente que en la manida y manoseada etiquetilla negra (donde vale lo mismo un roto que un descosido, si hay muerto o al menos algo de sangre o alguien ligeramente cabreado y a ser posible feo, ya es negra) desde hace ya un buen rato ganan por goleada los sanguinolentos frente a los de «junta las pistas». Bueno. Pero tú y yo sabemos que eso de las modas es efímero y que decir con la ceja levantada que Chandler es un artista y Christie una best seller es tan inteligente como ponerle nombre a las farolas. Desde esta acera, baste decir que leer un par de novelas de tia Agatha no puede hacer daño a nadie, y no leerlas por cabezonería y «yo nunca etcétera» es tener la curiosidad metida en el frigorífico. El asesinato de Rogelio es para mí la mejor, por delante de diez negritos, telón, cinco cerditos y esas cosas. La estúpida manía de las cancioncitas metidas con calzador casi no aparece aquí, y eso se agradece. La descripción de personajes creíbles y no meras caretas, una marca de la casa, es tan buena como siempre. Por lo demás, dame tú tu opinión.
Una realidad aparte, de Carlos Castaneda, es menos famoso que el anterior de esta serie, Las enseñanzas de Don Juan, pero a mí, que sólo me he leído éste, me gusta más. El asunto no tiene argumento y destila belleza. Un hombre se convierte en río, molécula, éter, raíz de árbol, arena que vuela con el viento y otras cosas por el estilo. Sale un poco quemado de la experiencia, pero qué más da. Hasta tu sillón no llega la llama. Por ahí, está claro, anda la yerba de los portentos «que convierte los ruidos en colores» como decía el gran Alfonso Reyes en su estupenda yerbas del tarahumara (citar poesía siempre queda bien y los buscadores ayudan cuando no tienes ni flowers). Castaneda dijo primero que sólo había relatado de la forma más veraz posible sus experiencias, luego que se lo había inventado todo, luego que no. A todo el mundillo literario (exceptuando al bueno de Paz, siempre hay gente rara) le pareció que esa duda entre realidad y ficción hacía peores estos libros. Para que vayas de listo.
Flor nueva de romances viejos, de Ramón Menéndez Pidal, porque si alguien dice mañana que este es el mejor libro de poesía de la lírica española no seré yo quien lo rebata. Y también por romper una lanza por el cantar del Cid y los romances viejos, ¡qué narices! Uno será raro por leer estas cosas y lo admite, pero que encima te menten la política ya es añadir la gangrena al mal de amores. ¿Qué tendrá que ver la policía con las patatas, digo yo? Aquí a uno le gusta el Cid y ya es facha, pero si te gusta Beowolf o las sagas islandesas de Thor y su familia eres un tipo culto y serio y tal (o un pirao, depende de los colectivos en que te metas, pero un facha no, ni anarcoide, ni nada de eso). Incluso puedes quedar de modernillo con las cosas esas peliculeras (Thor todo deltoides) que han ido saliendo en estos tiempos de crisis mental. RMP fue uno de los hombres de genio de su tiempo. Para lo que aquí importa, en sus ratos libres hizo un trabajo hermosísimo de busca, corta y poda de los textos infinitamente variados del romancero. El resultado es un libro diferente en un mundillo donde los egos y las autorías han echado a perder a más de quince. El romance del prisionero o el del conde Arnaldos, con ese final abrupto y tramposo, no pueden dejar indiferente a nadie que sienta algo más allá de la pereza. Prueba.
Walden dos, de B.F.Skinner, arruinó mi juventud. No entender ni papa de un libro escrito por un tipo que se llama Burro (B.F. significa Burro Federico) fue demasiado para mis 17 años. Las secuelas se siguen viendo hoy en día, pregúntale a mi cuñada. Pero bueno, al libro. Walden dos utiliza el libro de Thoreau (hoy tengo a la wiki echando chispas) como excusa para dedicarse a perorar sobre la justicia, la igualdad y esas cosillas. Unos tipos han creado una comuna revolucionaria mediocientífica que va que se las pela y dos profesores de materialismo histórico van a ver qué tal. Si, así dicho no parece muy divertido, pero hay truenos y relámpagos. Los personajes discuten, se enzarzan, se arrancan la piel y eso mola, pero al final uno se va dando cuenta de que siempre dicen lo que quiere Burro. Es lo malo de las novelas de ideas, que no cuela. B.F. es un psicólogo capullete y enormemente valorado. Aquí da rienda suelta a sus ideas sobre cómo debe ser un mundo perfecto. Leerlo a estas alturas te refrigera un poco el cerebro de tanta receta repetida.Otro mundo es posss… Calla, pelma.
El beso de la mujer araña de Manuel Puig está escrito de una manera nueva. Glups! Ya está, ya está dicho. Ahora a esperar a que algún crítico literario serio me despedace. Un tipo le cuenta películas a otro. Una tras otra, con pelos y señales. Y así transcurre la novela. Puig tiene otras novelas buenas (maldición eterna a quien lea estás páginas, por ejemplo) pero ésta es la mejor. Un escritor que magnetiza todo a su paso, como pedían los surrealistas, y que no por eso se convierte en un petardo. De ahí (y de sus costumbres sexuales) viene su cohorte de fans. La belleza puede ser divertida. Y la tragedia. No hay más que verlo en este libro.
El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson, está en esta lista porque la segunda versión era mejor que la primera. Cuenta la leyenda que RLS lo escribió trabajosamente, lo terminó, se lo dio a leer a su esposa, ésta dijo «Sí, está bien, pero…» y el tipo lo tiró a la hoguera y lo reescribió de nuevo enterito. Ole! ¡Cuantos autores contemporáneos debieran haber hecho lo mismo! ¿Y cuantos debieran haber parado a la mitad de la segunda versión y vuelto a las llamas? Mejor no pensarlo. J&H es sin duda uno de los mejores relatos de Stevenson, pero pierde en relación al resto (a kidnapped, a treasure island, a Ballantrae, a las new arabian nights) por un suceso lamentable del que no tiene la culpa: nunca podrás leer este libro por primera vez, nunca te sorprenderás a tres cuartas del final por la identidad de sus personajes. Y no hace falta que un bocazas te destripe el final, ya lo sabes. Una pena. Por suerte, el estilo con el que está escrito y todas las alegrías que contiene hacen que este relato de misterio y terror pueda leerse a pesar de la ausencia fatal de los citados misterio y terror. Hay que ser muy bueno para lograrlo.